Élen cambio cada día de su cuarenta años, al levantarse a las cinco de la mañana, mientras se masturba en la ducha; cuando desayuna los huevos revueltos que le sirve su mamá; sentado en el bus mirando de reojo las niñas en sus uniformes con sus largos cabellos todavía mojados, al etiquetar los productos de la sección de aseo del supermercado durante ocho horas; mientras callejea sin rumbo por la ciudad para llegar a la casa cuando su mamá ya está dormida delante de la novela de las once de la noche y ,sobretodo, en la oscuridad de su cuarto, simulacro de la galería de la cigarra, se pregunta: ¿Para qué?
Prende la lámpara del escritorio, la pantalla tubular alrededor de la bombilla enfoca la luz como una línea que corta en dos la oscuridad de la pared. Miles de cigarras clavadas con alfileres al corcho de dos por tres; tonos de pardo a verde, patas ásperas, ojos esféricos, grandes y monstruosos. Esas criaturas ocultan el secreto de la vida, o mejor, la respuesta para curar el dolor que es su vida. En las vitrinas, sobre el escritorio; los caparazones delicados, rotos, que alguna vez surgieron de la tierra rompiéndose para liberar las criaturas en la pared. ¿Dónde está lo que busca?, ¿en el trazo de las galerías subterráneas de la larvas?, ¿en los surcos de los dos pares de alas de las adultas?, ¿en los ojos separados a lado y lado del grueso cuerpo?, ¿en la armonía del canto que acalla el universo entero?, ¿en el desespero de cada apareamiento que los acerca a la muerte?, ¿en la ansiedad por cerrar otro ciclo?
Las descubrió cuando niño, una mañana en que su padre lo llevó al parque. La mano adulta y firme sujetando la de él. El sendero alejándolos del bullicio de las madres gritando a sus necios hijos, los padres sofocados por la cruel cercanía de la familia en domingo, los niños, sus juguetes. Su papá alejándolos más del ruido, internándolos en el silencio. Pero no existe silencio, las hojas de los árboles rascando el viento, pero no son las hojas, no es el viento, es algo nuevo. Un zumbido visceral, orgánico, tonos altos llenando el espacio, nublando el sol. ¿Para qué vinimos acá, papá?, papá no contesta, tal vez el ruido ahoga la pregunta, tal vez es él quien no escucha la respuesta. ¿Para qué papá? grita el niño, está asustado, llora, la bofetada y luego otra, la presión de las manos de su padre en su cuerpo, las lagrimas embadurnándole el rostro, la sensación de ser hurgado y escarbado, las palabras gemidas al oído que el niño no había escuchado antes, sus gritos silenciados por el canto de las cigarras, las únicas espectadoras. Pero no. Entre los árboles su mamá, una espectadora que a diferencia de las cigarras es silenciosa.
Él toma uno de los caparazones, con la lupa detalla los cortes a lado y lado sobre el lomo, la ruta de huida, la única conexión entre la oscuridad y la luz; la oscuridad de una vida sin alteraciones, la luz con promesas de sufrimiento, muerte y liberación.Cuarenta años, era horaque, lo que se revolvía en su alma, saliera.
Al otro día en el bus, mira con descaro las niñas recién bañadas, oliendo a cualquier cosa menos a niñas, pero mejor que la sección de aseo del supermercado. Esa mañana su mamá no había cocinado el desayuno; tiene hambre, tánta como la que se puede tener después de matar a alguien tan temprano; la cigarra ha dejado de ayunar, abandona la galería, el dolor al rasgar el caparazón es reciente, pero ya solo queda la urgencia que no necesita respuestas; con su canto recordarle al universo y a Dios que siempre estarán ahí, en la oscuridad, en la luz, indestructibles, eternas.
AUTOR: MAURICIO ROMERO
ADAPTADO PARA GUIÓN PARA CORTOMETRAJE POR JORGE HUMBERTO HOMEZ